El Presidente que es candidato

01 de diciembre de 2004



No cabe la menor duda, estamos viviendo una recomposición de las fuerzas políticas y, lo más significativo, estamos experimentando las consecuencias que genera una nueva dinámica al interior de las instituciones políticas del país.

Hoy por hoy no podemos evaluar el saldo de los daños y beneficios que genere ésta experiencia para los mexicanos; son fenómenos que sólo con el transcurso del tiempo se pueden comenzar a manifestar sus consecuencias.

A cuatro años de ejercicio del presidente del “gobierno del cambio”; del que sacó al PRI de los pinos; del que realizó promesas de campaña inalcanzables; de quién gobierna a cien millones de mexicanos y que ahora vive en el “país de las maravillas”; sus resultados han sido escasos.

Existen argumentos de quienes aún confían en que el próximo año, como en cada uno de los últimos cuatro, el presidente Fox dará buenas cuentas a los mexicanos; mujeres y hombres de gran fe que argumentan que Fox es un buen hombre, honesto y bien intencionado —atributos no cuestionados— pero al que los políticos del pasado y los “conspiradores de la República” (entiéndase los diputados de oposición) no dejan gobernar. Que triste y lamentable argumento, que poco favor le hace a quien pretende proteger y justificar.

Existen otros argumentos que afirman que los mexicanos debemos ponderar el grado de dificultad que tiene para Fox gobernar —sin dinero para obras, sin crecimiento en la economía mundial y con los “conspiradores” en su contra— y así poder hacer un análisis objetivo de su desempeño. Lo anterior es cierto y es, precisamente, lo que ha evitado que los partidos políticos, organizaciones sociales y los mexicanos sin empleo salgan a las calles a exigir su renuncia.

De hecho, podemos afirmar que el resultado que se obtenga al hacer el análisis del desempeño de Fox justificando su ineficacia en razón de la carencia de recursos, la falta de crecimiento en la economía mundial y la lucha política, sería un juicio ingenuo y ligero.

Repito ligero e ingenuo ya que no podemos imaginarnos un presidente con recursos suficientes; una economía que no esté influenciada por la mundial; o, un presidente electo democráticamente que no cuente con adversarios políticos y no tenga que enfrentarse a la lucha por la competencia electoral. Fox y los mexicanos sabemos a lo que se enfrenta un presidente; pero bajo ese contexto debemos exigirle: rumbo, decisión, valor, inteligencia y, lo más importante, resultados.

Pretender adquirir popularidad, manifestar decisión y acciones firmes, y justificar deficiencias y errores mediante el despido de funcionarios: es verdaderamente ridículo. Aún más cuando dichas medidas carecen de estrategia y sentido; y peor, cuando la forma en que se realizaron complica aún más, lo que presuntamente intenta resolver.

Los acontecimientos en Tláhuac, que supuestamente motivaron la decisión del presidente, son la evidencia que muestra el desorden interno, la falta de coordinación entre los mandos e incapacidad de los responsables de los operativos especiales que se vive al interior de la Policía Federal Preventiva y que dejo a su suerte a los elementos, hoy occisos, que envió a una investigación de alto riesgo sin garantizarles una estrategia de salvación.

No se nos debe olvidar que la lucha por la sucesión presidencial la adelantó quien ya no quiere ser presidente y las consecuencias las estamos viendo ahora. El único ganador aparente hoy en día es López Obrador, quien seguramente se está beneficiando de las heridas de ésta lucha y a quien el presidente Fox ayuda abonando, con sus decisiones, la teoría del complot.