Palacio Legislativo; territorio de guerra

21 de noviembre de 2003



El sentimiento que tienen aquellos valientes periodistas al cubrir una guerra o el que experimentan los ciudadanos que viven en países militarizados u ocupados por otras naciones; ese sentimiento de ausencia de libertad, de carencia del libre tránsito y de temor hacia la autoridad; sentimiento que poco o nada experimentamos en el territorio mexicano ahora lo puede experimentar usted en la propia capital del País, claro está que en su justa dimensión.

En palabras del propio Arturo Pérez-Reverte en su libro titulado Territorio Comanche señala: “Para un reportero en una guerra, territorio comanche es el lugar donde el instinto dice que pares el coche y des media vuelta; donde siempre parece a punto de anochecer y caminas pegado a las paredes, hacia los tiros que suenan a lo lejos, mientras escuchas el ruido de tus pasos sobre los cristales rotos. Territorio comanche es allí donde los oyes crujir bajo tus botas, y aunque no ves a nadie sabes que te están mirando”. Así, de igual forma podemos decir del “Territorio Legislativo”.

Comento lo anterior en razón de que ésta semana se presentó un suceso que vale la pena analizar.

Tradicionalmente asisto a la Cámara de Diputados o al Senado de la República con el objeto de entrevistarme con algunos legisladores y darle seguimiento a las sesiones. El martes pasado no fue la excepción. Tome mi automóvil y entusiasmado por los debates que esperaba presenciar me dirigí sin escalas a Cámara de Diputados.

Imagine usted que está transitando en su automóvil por una amplia avenida y, de pronto, percibe que el tránsito vehicular se detiene y su avance es lento; en cuestión de minutos se encuentra frente a una barricada integrada por muros de acero que se encuentran bloqueando el paso y por miembros de diferentes instituciones de seguridad que de inmediato se acercan a usted para decirle que no puede pasar, que tiene que desviarse del camino.

Mi primera reacción fue pensar que estaban comenzando a aplicar alguna estrategia para mitigar el caos que genera el tránsito de una manifestación en la capital —ya que el bloqueo se encontraba a varias cuadras de distancia del lugar al que me dirigía— por lo que, atentamente le comenté al oficial que me dirigía a trabajar, y así, al igual que otros pocos muy pocos automóviles nos permitió el paso. Ahí comenzó mi sorpresa.

Al pasar el bloqueo comencé a experimentar una sensación extraña: la avenida desierta, policías antimotines ubicados en pequeños grupos que se encontraban, aparentemente, recibiendo algún tipo de instrucción; a lo lejos otro bloqueo, imagen que me permitió calificarlos ya no como bloqueo o desviación, si no como retenes, sí retenes en plena capital.

Al acercarme pensé en desistir de mi empresa, posponer las reuniones que tenía contempladas y seguir la sesión por televisión. Fue entonces cuando analice que no existía información sobre alguna manifestación que tuviera contemplado visitar a los diputados, mucho menos de una que fuera violenta, por lo que decidí continuar mi camino e intentar llegar a mi destino.

Al llegar al segundo retén me di cuenta que éste se encontraba mucho más robusto; los muros de contención de acero así como los policías, los antimotines con sus llamativos instrumentos de trabajo y hombres vestidos de civiles (en trajes) eran numéricamente mucho más considerable que en el anterior.

Por mera casualidad, con el mismo argumento que en el anterior retén, pude pasar y continuar hacia mi destino, con la diferencia de que ya me encontraba indignado por una clara manifestación de agresión a los derechos civiles al no permitir el libre tránsito.

Así las cosas, logre arribar a mi destino y de inmediato me propuse investigar cuales eran las razones para tal suceso. Comenzó la sesión y raudo el diputado Gilberto Ensastiga Santiago cuestionó al presidente sobre las razones que motivaron a que existiera tal operativo en las inmediaciones del recinto legislativo dando por hecho que habían sido realizadas por instrucciones del propio Juan de Dios Castro, a lo que comentó que, con el objeto de no alterar el orden del día, daría puntual respuesta al final de la sesión.

Por fin llego el momento de dar respuesta y el presidente Castro Lozano, con la solemnidad que lo caracteriza, señaló que “la Presidencia tuvo conocimiento de una manifestación de mil personas que se expresarían después de hacer una manifestación en el Palacio Nacional” por lo que “se optó por enviar dos oficios, uno al Secretario de Gobernación” y, “otro más, al Jefe de Gobierno del Distrito Federal; para pedirles su intervención en medidas de seguridad para el recinto parlamentario”. Además señaló “esto lo seguirá haciendo la Presidencia de la Cámara en los días que haya actividades legislativas porque es el compromiso y la obligación que le impone la Ley”; rematando con "lo anterior sin que se obstaculice el libre acceso de los diputados, el personal que labora en este órgano legislativo y el que se autorice por la Mesa Directiva, de conformidad con los criterios de seguridad de las instituciones que participen coordinadamente en estas acciones".

Lo anterior sólo me llevo a pensar en la facilidad que tiene un poder para vulnerar derechos fundamentales de los ciudadanos; es válido pensar en salvaguardar el recinto y a los propios legisladores; pero nunca con acciones que contravengan a los derechos que contempla la propia constitución; no se debe ejercer un derecho vulnerando a otro.

Si usted quiere sentir la adrenalina de verse en “Terreno Comanche”, es muy fácil: intente llegar a la Cámara de Diputados y entrará a “Territorio Legislativo”; sede del poder que otorgó los derechos fundamentales a los mexicanos y que ahora se encarga de vulnerarlos.